quarta-feira, 26 de junho de 2013

EL SIGNO

 
 
El ser se muestra, pero en tanto que no deja de retraerse (pasado); lo Más y Menos que ser llega, pero en tanto que no cesa de retroceder, de posibilitarse (porvenir).[xvi] Lo que significa que el ser no sólo se muestra en el siendo, sino en algo que muestra su inevitable retroceso; y lo más y menos que ser, en algo que muestra su inagotable posibilidad. Ese algo, o la Cosa, es el Signo. Pues si es cierto que la ciencia o la técnica contienen ya una posibilidad de salvación, siguen siendo incapaces de desplegarla y deben dejar paso a lo Bello y al Arte que ora prolongan la técnica coronándola, como los griegos, ora la transmutan, la metamorfosean. Según Heidegger, el siendo técnico (la máquina) ya era más que un objeto, puesto que hacía que ascendiera el fondo; pero el siendo poético (la Cosa, el Signo) es más todavía, porque hace que advenga un mundo sin fondo.[xvii] En ese paso de la ciencia al arte, en esa reversión de la ciencia en arte, Heidegger recupera tal vez un problema familiar de finales del siglo XIX, con el que también nos topábamos de forma diferente en Renan, otro precursor bretón de Heidegger, en el neoimpresionismo, en el propio Jarry. Asimismo era el camino de Jarry cuando desarrollaba su curiosa tesis sobre la anarquía: en el hacer-desaparecer, la anarquía tan sólo puede funcionar técnicamente, con máquinas, mientras que Jarry prefiere el estadio estético del crimen, y sitúa a De Quincey por encima de Vaillant.[xviii] Más generalmente según Jarry, la máquina técnica hace surgir la líneas virtuales que juntan las componentes atómicas del siendo, mientras que el signo poético despliega todas las posibilidades o potencias de ser que, amalgamándose en su unidad original, constituyen la «cosa». Sabemos que Heidegger identificará está grandiosa naturaleza del signo con el Quadripartido, espejo del mundo, cuadratura del anillo, Cruz, Esfera o Cuadro.[xix] Pero ya Jarry desplegaba el gran Acto heráldico de los cuatro heraldos, con los blasonamientos como espejo y organización del mundo, Perhinderion, Cruz de Cristo o Cuadro de la Bicicleta original, que facilita el paso de la técnica a lo Poético,[xx] y que sólo le ha faltado a Heidegger reconocer en el juego del mundo y en los cuatro senderos. También era el caso del «bastón de física»: de máquina o aparato, se convierte en la cosa portadora del signo artista cuando forma una cruz consigo mismo «en cada cuarto de cada una de sus revoluciones».
El pensamiento de Jarry es ante todo teoría del Signo: el signo no designa, ni identifica, pero muestra... Es lo mismo que la cosa, pero no le es idéntica, la muestra. Todo estriba en saber cómo y por qué el signo comprendido de este modo es necesariamente lingüístico, o mejor dicho en qué condiciones es lenguaje.[xxi] La primera condición consiste en hacerse una concepción poética del lenguaje, y no técnica o científica. La ciencia supone la idea de una diversidad, torre de Babel de las lenguas en las que habría que poner orden captando sus relaciones virtuales. Pero, por el contrario, en principio consideramos sólo dos lenguas, como si fueran únicas en el mundo, una viva y la otra muerta, la segunda interviniendo en la primera, inspirando aglutinaciones de la segunda surgencias o resurgencias en la primera. Se diría que la lengua muerta hace anagramas en la viva. Heidegger se atiene con bastante exactitud al alemán y al griego (o al alto alemán): hace intervenir un griego antiguo o un alemán antiguo en el alemán actual, pero para obtener un nuevo alemán... La lengua antigua afecta a la actual, que produce bajo estas condiciones una lengua todavía por llegar: los tres éxtasis. El griego antiguo se ve metido en aglutinaciones del tipo «legô-yo digo» y «legô-yo cosecho, recojo», de modo que el alemán «sagen-decir» recrea «sagan-mostrar reuniendo». O bien la aglutinación «lethé-el olvido» y «alethés-lo verdadero» hará que intervenga en alemán el acoplamiento obesivo «velamiento-desvelamiento»: el ejemplo más célebre. O bien «chraô-cheir», casi bretón. O también el antiguo sajón «wuon» (residir) aglutinado con «freien» (preservar, librar) dará «bauen» (vivir en paz) a partir del significado corriente de «bauen» (construir). Parece en efecto que Jarry tampoco procedía de otro modo; pero él, a pesar de invocar a menudo la lengua griega como atestigua la Patafísica, más bien hacía intervenir en francés el latín, o el francés antiguo, o un argot ancestral, o tal vez el bretón, para alumbrar un francés del porvenir que hallaba en un simbolismo próximo a Mallarmé o a Villiers algo análogo a lo que Heidegger hallará en Hölderlin.[xxii] E, inyectado en la lengua francesa, «si vis pacem...» dará «civil», e «industria», «1, 2, 3»: contra la torre de Babel, dos lenguas solamente, de las cuales una actúa o interviene en la otra para producir la lengua del porvenir, Poesía por excelencia que se manifiesta brillante y singularmente en la descripción de las islas del doctor Faustroll con sus palabras-música y sus armonías-sonoras.[xxiii]
Hemos tenido noticia de que ni una etimología de Heidegger, ni siquiera Lethé y Alethés, era exacta.[xxiv] ¿Pero está bien planteado el problema? ¿No ha sido acaso repudiado de antemano todo criterio científico o etimológico en beneficio de una pura y mera Poesía? Se suele decir que se trata de meros juegos de palabras. ¿No resultaría contradictorio esperar una corrección lingüística cualquiera de un proyecto que se propone explícitamente superar el siendo científico y técnico hacia el siendo poético? No se trata de etimología propiamente dicha, sino de efectuar aglutinaciones en la otra lengua para obtener surgimientos en la-lengua. No es con la lingüística con lo que hay que comparar empresas como las de Heidegger o de Jarry, sino más bien con las empresas análogas de Roussel, Brisset o Wolfson. La diferencia estriba en lo siguiente: Wolfson mantiene la torre de Babel, y emplea todas las lenguas menos una para constituir la lengua del futuro en la que ésta desaparecerá; Roussel, por el contrario, sólo emplea una lengua, pero excavando en ella series homófonas como el equivalente de otra lengua que expresaría cosas totalmente distintas con sonidos parecidos; y Brisset utiliza una lengua para extraer elementos silábicos o fonéticos eventualmente presentes en otras lenguas, pero que significan lo mismo y que forman a su vez la lengua secreta del Origen o del Porvenir. Jarry y Heidegger tienen todavía otro recurso, puesto que actúan en principio en dos lenguas, haciendo intervenir en la lengua viva una muerta, de forma que transforma, que transmuta la viva. Si llamamos elemento a un abstracto capaz de recibir valores muy variables, diremos que un elemento lingüístico A afecta al elemento B de forma que resulte un elemento C. El afecto (A) produce en la lengua corriente (B) una especie de estancamiento, de balbuceo, de tamtam obsesivo, como una repetición que crearía sin cesar algo nuevo (C). Bajo el impulso del afecto, nuestra lengua se pone a revolotear, y forma una lengua del porvenir revoloteando: diríase una lengua extranjera, machacamiento eterno, pero que salta y brinca. Uno se estanca en la cuestión que revolotea, pero ese revoloteo es la avanzadilla de la lengua nueva. «¿Y eso es griego o lenguaje de los indios, tío Ubu?»[xxv] Entre uno y otro elemento, entre la lengua antigua y la actual afectada por ella, entre la actual y la nueva que se está formando, entre la nueva y la antigua, desfases, vacíos, huecos, pero llenados por visiones inmensas, escenas y paisajes insensatos, desplegamiento del mundo de Heidegger, retahíla de las islas del doctor Faustroll o cadena de grabados del «Ymaginero».
Así es la respuesta: la lengua no dispone de signos, pero los adquiere creándolos, cuando una lenguaI actúa en una lenguaII y acaba produciendo una lenguaIII, una lengua inaudita, casi extranjera. La primera inyecta, la segunda balbucea, la tercera da brincos. Entonces la lengua se ha tornado Signo, poesía, y ya no cabe distinguir entre lengua, habla o palabra. Y la lengua no está en situación de producir una lengua nueva en su seno sin que todo el lenguaje a su vez sea impulsado a un límite. El límite del lenguaje es la Cosa en su mutismo, la visión. La cosa es el límite del lenguaje, como el signo es la lengua de la cosa. Cuando la lengua se ahonda girando en la lengua, la lengua cumple por fin su misión, el Signo muestra la Cosa, y efectúa la potencia enésima del lenguaje, pues
 
«ninguna cosa haya, allá donde la palabra fracasa».[xxvi]
 
Gilles Deleuze

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